martes, 4 de agosto de 2009

La noche que fui presa de la burundanga

El siguiente relato probablemente hará que me convierta en objeto de burlas, pero pese a ello quiero compartir con ustedes la experiencia de ser víctima de las peperas o los peperos, como fue mi caso, pues me doparon en una combi, aún cuando muchos sigan creyendo que fueron “las chicas de la vida alegre” quienes lo hicieron, pues para mi buena suerte un amigo me vio caminando de madrugada por La Nené.
Desde el 2003 empecé a recibir decenas de correos electrónicos, o mejor dicho cadenas que hablaban sobre la tal “burundanga” y al poco tiempo la psicosis fue tal que incluso los periódicos y programas dominicales prepararon amplios reportajes sobre personas que habían sido víctimas de la bendita droga. Permanecí indiferente ante esas informaciones, pues como la mayoría pensó a mi eso nunca me va pasar.
Y finalmente ello que consideraba imposible ocurrió. Recuerdo que estábamos en plenos preparativos de para la navidad, exactamente el 20 de diciembre y ese día un amigo me convenció para tomarnos unos tragos por su cumpleaños.
La verdad es que ganas de tomar no tenía, pues para el día siguiente tenía varios asuntos pendientes en el trabajo, pero pese a ello, fui a saludar a mi amigo con la intención de quedarme máximo hasta la una de la madrugada.
Y así ocurrió a la 1.00 me levanté y pese a la insistencia de mis compañeros de juerga para que me quede para la última ronda decidí zafar cuerpo, pues conozco esa vieja historia de esta es la última cerveza.
Crucé la pista y como no estaba mareado decidí regresar a mi casa en una combi, pero a medio camino el vehículo se malogró. Debido a lo avanzado de la hora quise tomar un taxi para que me lleve a mi casa, pero por esas cosas del destino ninguno quiso hacerme la carrera y solo conseguí que uno me lleve hasta la curva de Chorrillos, a 10 minutos de mi casa.
Estaba a punto de tomar otro taxi, cuando de pronto Oh maravillas apareció una combi que me dejaba en la misma esquina de mi casa y bueno pensé que era una gran oportunidad para ahorrarme unos soles.
Me acomodé en el asiento y como estaba muy cansado decidí tirarme una pestañeadita de unos minutos hasta llegar a mi destino e incluso puse el despertador de mi celular.
Eso fue lo último que recuerdo hasta que dos horas después aproximadamente el cobrador de la combi me despertó avisándome que era el último paradero. Con la cabeza que me estallaba, como si me hubiese metido la más grande de las bombas examiné al escenario donde estaba y no tardé en darme cuenta que no era mi barrio.
En ese momento empecé a sospechar que algo raro ocurría, pues solo había tomado dos cervezas pequeñas, insuficientes para causar estragos en un organismo como el mío, capaz de resistir varios litros de "la rubia de mejor cuerpo y sabor".
Me aprestaba a bajar y cuando quise coger mi mochila me di cuenta que esta no estaba, como tampoco mi reloj, ni los celulares que llevaba en los bolsillos del pantalón. En el bolsillo posterior permanecía mi billetera y respiré con alivio, pues pensé que al menos tendría dinero para regresar a casa. La ilusión me duró poco pues cuando al abrirla solo encontré mi DNI y mi carnet de periodista.
En el estado de estaba intenté reconocer al cobrador con la esperanza de ir al día siguiente al paradero final y reconocerlo, pero sentí un fuerte empujón y la combi arrancó “en one”. Debido a mi sobrepeso, perdí el equilibrio y me torcí el tobillo.
Rengueando me levante y caminé sin rumbo con la intención de averiguar donde “diablos” estaba, cuando a lo lejos observé que venían hacia mi un grupo de pandilleros con palos y cadenas.
En otras situación hubiese tratado de huir, pero la burundanga me dio el valor o quizá el espíritu suicida de caminar hacia ellos y enfrentarlos.
Como era de esperarse los malandrines se alistaban a desplumarme cuando les confesé lo que me ocurrió y para mi suerte se apiadaron y retiraron sin hacerme daño.
Entonces un vigilante corrió en mi ayuda y me hizo saber que estaba en la avenida Argentina. En lugar de rogarle que pida ayuda a la policía, le rogué que me hiciera un campito para descansar hasta que se me pase el efecto de la droga.
Una hora después desperté y crucé la pista para tomar un taxi, pero como estaba bajo los efectos de la droga y sin un centavo en los bolsillos nadie quiso hacerlo, aún cuando puse como garantía mi DNI y mi carnet de periodista.
Finalmente, un buen samaritano me llevó a casa, a pesar de no tener un sol en los bolsillos, con la única promesa que mis padres además de la carrera le darían una recompensa por haber salvado a su engreído de la muerte.
Como podrán imaginarse, en aquel momento no atiné a contarles a mis padres lo que me ocurrió. Lo único que quería en ese momento era dormir y mis padres al ver mi rostro pálido y mirada desorbitada llegaron a la conclusión que había sido pepeado y corrieron a anular las tarjetas de crédito que para mi buena suerte se habían quedado atascadas en cajeros automáticos en varios puntos de Lima.
Aquella triste historia acabó en un hospital del Seguro, donde el médico me anunció que tenía un esguince severo y que debía permanecer tres semanas con una bota de yeso.