martes, 10 de agosto de 2010

Paren la barbarie en las calles




Como todos las niñas de su edad, Romina era una pequeña alegre, que contagiaba su energía y vitalidad a sus abuelos, sus padres y los abuelos del centro de estimulación al que asistía.
Su vida cambió en cuestión de segundos la mañana del domingo. Ahora se encuentra postrada en la cama de un hospital con un pronóstico poco favorable respecto a su futuro.
Una bala disparada por los malditos que asaltaron a sus abuelos, le ingresó por el cuello y le comprometió la médula espinal y de no ser por un milagro estará condenada a quedar cuadrapléjica y conectada de por vida a un respirador artificial.
El caso de esta inocente criatura no hace más que abrirnos los ojos ante una preocupante realidad. El accionar delictivo ha alcanzado niveles intolerables gracias a la poca efectividad de la Policía Nacional y las benignas leyes que permiten a avezados delincuentes abandonar rápidamente las cárceles.
Hoy los delincuentes no tienen el más mínimo respeto por la vida humana. A ellos poco les importa que dentro del auto en el que viajaban sus víctimas se encuentre una criatura indefensa y llena de vida como es el caso de la pequeña Romina.
Hace más de 30 años se impuso la pena de muerte como una alternativa de solución ante la creciente ola delictiva, que imperaba en aquel entonces. Creo que es momento que se analice la posibilidad de restituir este tipo de condenas, pues es la única forma de frenar a los criminales.
Y es que las cárceles han dejado de ser centros de readaptación de los maleantes para convertirse en Universidades del Delito.No es secreto que los reclusos hacen lo que quieren en las cárceles. Repetidas son las imágenes de las tremendas fiestas que se arman y donde no falta el licor.
Sin embargo, lo más grave es que los cabecillas de las más sanguinarias bandas continúan operando impunemente.
Ha quedado comprobado que numerosos secuestros y extorsiones contra empresarios y artistas son dirigidas desde penales de máxima seguridad como Piedras Gordas, donde supuestamente existen bloqueadores de celulares.
Quienes cometen este tipo de crímenes son personas con conducta disocial, es decir no respetan los derechos de otras personas, violan o hacen daño a otras personas y no respetan las normas socialmente establecidas.
En el caso de José Luis Astohuamán, quien disparó a Rominita, según el drogado tenía antecedentes por haber participado en el crimen de un modesto cambista hace un año, pero él continuaba operando con total sangre fría.
Aquel domingo, los delincuentes tenían el dinero que llevaban los abuelos de la niña pero como querían más dispararon no al aire, sino contra los ocupantes deñ automóvil.
Por ello los jueces y legisladores deben ponerse en el pellejo de los padres y abuelos de Romina. Que sentirían ellos si a su hija o su nieta alguien le disparase un balazo que acabe con su vida o la condene a vivir el resto de su vida en una silla de ruedas.